Impaciente esperando su respuesta, mirando sus radiantes ojos verdes opacos y perdiéndome en la paz que irradia su sonrisa. En ese entonces, ya no daba más, quería que todo acabara de una vez, y saber lo que él pensaba, lo que él quería, lo que él deseaba en realidad. Yo por mi parte sabía perfectamente que lo amaba con todas mis fuerzas.
Día a día pensaba en él, antes de dormir, me lo imaginaba sonriendo y mirándome fijamente con esa dulzura que emanan sus ojos; tomándome de la mano y haciéndome sentir que no hay nadie más que nosotros dos, y ese sentimiento mutuo que se percibía, soñaba con tenerlo a mi lado y quizás llegar a ser felices juntos.
Seguía pensativo, alzó la mirada hacia mí y me abrazó. Mis ojos se llenaron de lagrimas y mi corazón de una felicidad que pronto se iría. Se levantó y dijo: “perdón”. Con esa simple palabra se alejó de mi. En ese momento, sentí como mi mundo se caía a pedazos, quise ser fuerte, pero una lágrima rodó en mi mejilla, lo único que podía hacer era seguir amándolo y no permitir que esa pequeña luz de esperanza, que yo llevaba dentro, se apague.